"El cuadro tenía un tamaño considerable. Ahí
estaba ella como si fuera una reina elegante y fastuosa luciendo un vestido
plateado de seda que seguro provenía de oriente. El corpiño estaba cubierto de
encaje bordado con hilo de oro que continuaba por delante hasta llegar al final
de la falda y por el borde de esta como una banda y las mangas acuchilladas enormes
que sobrevolaban sobre otras ceñidas a los brazos que llegaban hasta los puños
de encaje como pequeñas gorgueras. La joven marquesa estaba sentada en una
silla de gran tamaño que más bien parecía un trono. Apoyado sobre una bola
torneada del respaldo del trono, un loro apoyaba juguetón una de las patas.
Su mano derecha
sujetaba un abanico abierto como si estuviese a punto de darse aire mientras la
izquierda descansaba sobre el reposabrazos. Tras ella había unas cortinas de
color rojo intenso que parecían moverse por la brisa y en medio un arco de medio
punto, por lo que parecía estar en el interior de un palacio.
El cabello castaño sumamente rizado,
recogido y adornado con flores blancas y rojas
de pequeño tamaño y una pluma de garza blanca que le daba un aspecto
airoso y elegante. La cabeza de la joven marquesa apenas sobresalía por encima del
cuello engolado. Estaba tan encasquetada que los pendientes quedaban apoyados
en el encaje. La cara pálida y suave quizás embadurnada de polvos de arroz, los
ojos marrones y pequeños, con una mirada altanera propia de una dama de la
aristocracia. Los labios finos y pequeños dejaban entrever una sonrisa tan
ligera, que apenas se apreciaba. Las orejas eran pequeñas y los lóbulos
aparecían doblados al estar casi apoyados en el enorme cuello almidonado.
Mirando el rostro de la joven
aristócrata Lorenzo se dio cuenta que la pluma que llevaba la marquesa en el
cabello era la misma que vio en el suelo de la sala esa mañana. Mismo color,
tamaño y suavidad. Abrió los ojos, pensó que todo había sido real, estaba
seguro. Y Lorenzo enfureció, pero bajito, porque el museo estaba vacío y si le
oían gritar pensarían que de verdad había perdido la cabeza.
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