sábado, 10 de julio de 2021

FRAGMENTO DEL LIBRO: "MUSEO CENTRAL: EL MISTERIO DE LA SALA DE LOS RETRATOS" . YA A LA VENTA EN AMAZON

 


 "El cuadro tenía un tamaño considerable. Ahí estaba ella como si fuera una reina elegante y fastuosa luciendo un vestido plateado de seda que seguro provenía de oriente. El corpiño estaba cubierto de encaje bordado con hilo de oro que continuaba por delante hasta llegar al final de la falda y por el borde de esta como una banda y las mangas acuchilladas enormes que sobrevolaban sobre otras ceñidas a los brazos que llegaban hasta los puños de encaje como pequeñas gorgueras. La joven marquesa estaba sentada en una silla de gran tamaño que más bien parecía un trono. Apoyado sobre una bola torneada del respaldo del trono, un loro apoyaba juguetón una de las patas. 

 Su mano derecha sujetaba un abanico abierto como si estuviese a punto de darse aire mientras la izquierda descansaba sobre el reposabrazos. Tras ella había unas cortinas de color rojo intenso que parecían moverse por la brisa y en medio un arco de medio punto, por lo que parecía estar en el interior de un palacio.

El cabello castaño sumamente rizado, recogido y adornado con flores blancas y rojas  de pequeño tamaño y una pluma de garza blanca que le daba un aspecto airoso y elegante. La cabeza de la joven marquesa apenas sobresalía por encima del cuello engolado. Estaba tan encasquetada que los pendientes quedaban apoyados en el encaje. La cara pálida y suave quizás embadurnada de polvos de arroz, los ojos marrones y pequeños, con una mirada altanera propia de una dama de la aristocracia. Los labios finos y pequeños dejaban entrever una sonrisa tan ligera, que apenas se apreciaba. Las orejas eran pequeñas y los lóbulos aparecían doblados al estar casi apoyados en el enorme cuello almidonado.

Mirando el rostro de la joven aristócrata Lorenzo se dio cuenta que la pluma que llevaba la marquesa en el cabello era la misma que vio en el suelo de la sala esa mañana. Mismo color, tamaño y suavidad. Abrió los ojos, pensó que todo había sido real, estaba seguro. Y Lorenzo enfureció, pero bajito, porque el museo estaba vacío y si le oían gritar pensarían que de verdad había perdido la cabeza.

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